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» La solidaridad es la ternura de los pueblos» Gioconda Belli.
Según datos de ACNUR hay 51,2 millones de refugiados y desplazados en el mundo y se superan por primera vez las cifras de la II Guerra Mundial. Según UNICEF, sólo en el ataque israelí a Gaza en julio de 2014 un total de 540 niños palestinos murieron. Cerca de 3.000 resultaron heridos. En torno a 54.000 perdieron su hogar. 1.500 se quedaron huérfanos.
No son solamente cifras, son personas; niños y niñas que nada tienen que ver con los conflictos entre países.
Zacharia, 5 años, contaba que «estaba sentado en el suelo y estaba aterrorizado ante la visión de la sangre en el rostro de mi padre. Podía sentir una gran presión en mi cabeza y las paredes estaban temblando. Salimos corriendo a la calle.” Nadie, nunca, debería tener esas vivencias en su alma. No es normal y no podemos normalizarlo. Cada uno de nosotros ha de intentar hacer algo, en la medida de nuestras posibilidades, y desde nuestros países para que estas situaciones no se produzcan o para mitigar tanto dolor cuando el mal ya esté hecho.
De la misma forma que todos hemos sentido lo que se conoce como vergüenza ajena, la primera sensación que se me viene a la cabeza es algo parecido a lo que podría describir como un sentimiento culpabilidad ajena.
Es muy complicado emocionalmente pensar como un Estado puede aplicar, sobre una población, un nivel de sufrimiento, humillación y destrucción de ese nivel. Es complicado pensar que esos gobiernos están formados por personas humanas. Es complicado pensar que somos los países llamados “civilizados” los que les vendemos las armas o, al menos, los incapaces de condenar la barbarie.
Desde hace diez años el proyecto “Vacaciones por la Paz”, a través del sindicato IAC (Intersindical Alternativa de Catalunya), trae a niños y niñas de Palestina a pasar unos días en Barcelona. Lejos de la presión y las dificultades de su tierra, al menos durante unas horas, podrán vivir relajados. Como debería vivir cualquier niño.
Son un grupo de unos veinte chavales de apenas once años. Quedamos con ellos para pasar el día en el parque del Tibidabo. A pesar de estar en un parque de atracciones, no es fácil verlos sonreír: sus miradas dicen que han vivido más dolor que el que nosotros podamos ver en el resto de nuestras vidas. A su condición de refugiados se suma el hecho de ser huérfanos.
Más allá de las miradas cómplices o las sonrisas, es difícil llegar a ellos, porque no nos conocen y porque solo hablan árabe y nuestro árabe no va más allá del salam aleikum y el Shukran. Nos gustaría tener una comunicación más próxima, porque estamos acostumbrados a tomar una posición de compañía y complicidad con las personas a las que fotografiamos. Hasta pasadas unas horas no sabemos si les incomodamos con nuestras cámaras o no.
Para romper el hielo, se nos ocurre dejárselas para que ellos nos fotografíen a nosotros y también se hagan fotos entre ellos. El juego da resultado. Se rompe la distancia. Mohamed se interesa especialmente por la cámara y después de revisar por el visor todas las fotos, nos hace alguna magnífica. Tiene una mirada especial. Sería un buen fotógrafo si alguien le brindase la oportunidad. Todos deberían tener una oportunidad para conseguir un futuro más esperanzador que el que les ha tocado vivir hasta ahora. Todo ser humano merece ser feliz.
Vamos recorriendo las diferentes atracciones, coches de choque, barco pirata. Nos acompaña Maria Huzaim. María tiene esa mezcla de autoridad y cariño necesarias para dirigir el grupo, habla un perfecto castellano y nos cuenta muy por encima la historia de los niños. Hace unos días no se conocían entre ellos, porque vienen desde distintos campamentos de Palestina y los han elegido para venir a Barcelona, entre los casos de mayor necesidad o desamparo.
Hablando con Edu Lucas, de la IAC, le preguntamos si no puede resultar en cierta manera traumático para los niños, sacarlos de una situación tan complicada como la que viven y mostrarles solo por unos días nuestro mundo. Edu participa desde el principio en el proyecto. En su primer viaje a Palestina, conoció a un chaval que de mayor quería ser vendedor de melones. Después de estar unos días en Barcelona tomó la consciencia y la fuerza necesarias para emprender estudios y aspirar a una vida mejor. Hoy es mecánico de coches.
Nos dice que a lo largo de los años ha podido comprobar lo beneficioso de la experiencia para todos. Tanto para los niños que vienen como para las personas de aquí que participan. Nos cuenta como su propia hija está implicada desde pequeña y como ahora ella explica y defiende con otros niños de aquí la experiencia que tiene.
Después de comer, les dejamos tranquilos, ya sin cámaras. Nos llevamos sus miradas, sus sonrisas tímidas y el agradecimiento por dejarnos acompañarlos en día tan especial para ellos. Los imaginamos viendo las fotos del viaje con sus familias y amigos en Palestina. Os deseamos lo mejor. Que estos días cojáis fuerzas para seguir luchando y que la vida os de la felicidad que merecéis.
Shukran. Hasta pronto.
Barcelona 29 de julio de 2015
Texto: Tono Carbajo.
Fotos: Pedro Mata y Tono Carbajo.