Barcelona, una de las ciudades más visitadas del mundo, llena de vida y también de turistas, ha quedado totalmente desierta. Las grandes avenidas han pasado de tener tráfico y movimiento constante en las horas puntas, a tan solo circulación de autobuses, taxis, servicio de limpieza y bicicletas de reparto a domicilio. El virus ha conseguido parar el ritmo estresante de la ciudad y también la contaminación que tanto tiempo lleva el ser humano intentando reducir.

De un día para otro la ciudad perdió su cotidianidad. En las calles y plazas ya no se escuchan los encuentros de amigas y vecinas, las charlas entre cervezas en una terraza de bar y los chillidos en los parques infantiles. Ese ruido artíficial ha sido sustituido por el canto de los pájaros, el sonido de la lluvia, esporádicas conversaciones de balcón y los aplausos de las 20h.

Barcelona y sus calles ahora fantasmagóricas, sin miles de cámaras fotografiando la Sagrada Família, vecinas del barrio de Gràcia reunidas en plaza del Sol, monopatines rodando delante del MACBA, la prisa de los coches por la Gran Via o la Avenida Diagonal, concentraciones en plaza Sant Jaume o las manifestaciones por la calle Pelai.

Barcelona vacía.

 

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