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Los refugiados son vistos como dólares con patas. Capital y necesidad, la lógica del sistema dicta entonces oportunidad. El precio por cruzar en una zodiac los diez quilómetros de mar oscila entre los 900$ y los 1800$. Los niños pagan la mitad. Con mal tiempo, según intensidad del temporal, la tarifa baja entre un 40 y un 70%. Las mafias turcas prometen a los refugiados embarcaciones de 45 personas por bote; luego les obligan a subir a punta de pistola acumulando a más de 65. En un cálculo rápido, y a la baja, cada bote que sale de la costa turca representan 80.000$ pagados.

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Y nos quedamos cortos. Luego hay la economía de la isla: más de uno y de una acepta, off the record, que la llegada masiva de refugiados les está yendo como anillo al dedo. Sin ir más lejos, los taxis de Lesvos cobran hasta cinco veces más cara la carrera a una familia de refugiados que a una persona autóctona.

Los días en Lesvos son cortos y densos. Preceden la llegada de la noche. Los primeros rayos de sol se asoman sobre las 6 y media de la mañana, y a las cinco de la tarde ya oscurece. Menos de doce horas de luz. Y con la oscuridad empieza la angustia. Y se multiplica el dolor y la impotencia que causa el goteo constante e impasible de llegadas. Recordamos con especial dolor uno de los momentos de paz, entre llegada y llegada: el ojo del huracán. Comida caliente y ropa seca para las últimas personas que habían llegado a la isla en uno de los campamentos de voluntarios de delante de la costa, los primeros en recibirlos. Gestionado por anarquistas. De repente, uno de los voluntarios pide silencio porque cree haber oído algo. Miramos el mar, y junto al sonido de las olas se perciben gritos. Se acerca el siguiente bote, sin luz, a ciegas. Y vuelta a empezar.

Lesvos, 18 y 19 de Noviembre de 2015

Texto: Bru Aguiló
Fotografías: Xavi Ariza, Rober Astorgano, Manu Gómez, Mònica Parra y Bru Aguiló