Mas fotos en Galeria Fotomovimiento Calais (Francia), 18 y 19 de Diciembre de 2015
(ESP)
LA SITUACIÓN
“La Jungla” (como le llaman sus habitantes), es un campamento de refugiados situado en medio de un antiguo vertedero, donde 5.000 personas de diversos países: Etiopía, Sudán, Irán, Irak, Siria, Eritrea, Kurdistán, Afganistán, intentan sobrevivir en unas condiciones inhumanas. El gobierno francés, nunca ha reconocido este espacio como “legal”, así que las grandes organizaciones no se han hecho cargo de la emergencia. Tan solo “Médicos Sin Fronteras y “Médicos del Mundo” trabajan en el campamento de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde.
La pequeña organización francesa “L’aubèrgue des migrants” y un grupo de voluntarios ingleses, intentan tirar adelante la caótica situación que supone tener que alimentar y cubrir las necesidades básicas de las personas que viven aquí. El trabajo de todos estos voluntarios es admirable. Los horarios en el almacén para organizar ropa y repartir comida son largos y cansados, de nueve de la mañana hasta la noche, parando brevemente para comer. Muchos vienen para ayudar unos días, otros para quedarse unas semanas, algunos llevan ya meses aquí.
En el almacén, se gestionan las llegadas de todo el material. Mucha gente se acerca con coches y furgonetas cargadas de ropa y comida, vienen de muchos países, cercanos y lejanos. Este fin de semana los voluntarios no daban abasto, no había manos suficientes para ir ordenando todo lo recibido.
Otras pequeñas organizaciones y particulares, mayoritariamente de Francia y del Reino Unido, se dirigen directamente al campamento y reparten comida algunos días de la semana. La gestión es difícil.
En el campamento, hay una gran mayoría de hombres y un centenar de mujeres y niños que viven en chabolas, tiendas de campaña o caravanas.” La Jungla” es un barrizal, donde se camina sobre pis, vómitos y todo tipo de basura, donde las condiciones higiénicas son nulas. No hay luz, ni duchas y los baños sanitarios no se limpian desde hace semanas. El espacio es ya una ciudad con una iglesia eritrea, escuelas, tiendas, biblioteca, restaurantes y un centro de arte. Como dijo una compañera mía: “La jungla es el deseo de una vida normal en un lugar imposible”.
EL DÍA A DÍA
“Bonjour”, me saluda un chico afgano haciendo footing. Son las ocho de la mañana y el campamento despierta, muchos se lavan los dientes,otros desayunan alrededor de un fuego mientras calientan las manos, algunos se afeitan. Tan solo entrar, me sorprende la cantidad de arte que decora el espacio. Fotografías, graffitis, cerámica. Pienso en todos estos artistas talentosos que estamos perdiendo como sociedad, estancados en la nada, sin oportunidad ninguna.
Veo a un joven sirio que dibuja encima de una mesa. En el dibujo solo hay camiones. Para muchos se ha convertido en “rutina nocturna” intentar colarse en un camión o en un tren. Muchos mueren en el intento. Aun así, lo siguen probando. Me sonríe: “Algún día podré colarme en uno de ellos y llegar al Reino Unido”. Un grupo de mujeres envueltas con pañuelos blancos en la cabeza corren hacia la iglesia eritrea. Hoy es domingo, hay misa. Rezan delante de la puerta azul con una cruz amarilla de la entrada. Parecen sacadas de una estampa, están preciosas. En el camino casi choco con un niño en bicicleta que pide a gritos a un chico que le regale su guitarra. Es Omar, iraquí de ocho años. Me sonríe con ojos tristes. Con un inglés perfecto me pide que le haga una foto. Charlo con él un buen rato. Hace dos meses y medio que está atrapado en “La Jungla”. Le pregunto dónde quiere ir con su familia. Me responde: “No puedo marcharme, tengo que quedarme aquí”. Al despedirnos me da la mano: “Encantado de haberte conocido”. El mundo me cae a los pies mientras le veo alejarse entre el barro y la suciedad. Oigo risas al lado. Es el chico de la guitarra, vecino de Omar. Vino de Edimburgo a ayudar. Construye mesas para quién las necesite. “Es la primera vez que trabajo, pensé que este era el lugar perfecto para empezar a hacerlo”. Tose, no para de toser. “La tos de la jungla” me dice mientras sonríe. El frío ha empezado a castigar a la mayoría de los habitantes y la tos es una constante en el campamento. Hay mucha gente enferma, pasean con la boca tapada o con mascarillas. No hay suficientes médicos para atenderlos a todos. Unas voluntarias se llevan corriendo con el coche a un chico que casi no puede ni andar. Lo quieren acercar al centro de la ciudad por si algún médico puede atenderlo. Ya hacía el mediodía conozco a Isabelle, una fotógrafa freelance francesa. Hace casi un año que va y viene al campamento. Ha seguido a tres refugiados que han conseguido llegar al Reino Unido, uno de ellos está en la cárcel por entrar de manera “ilegal” en el país. Le acompaña un chico de Irán con una libreta repleta de apuntes en francés e inglés. Pregunta a todos los que entran como se traducen las palabras. Quiere aprender para encontrar trabajo. Isabelle conoce a casi toda la gente que vive en el campamento. Me señala a un joven también de Irán. “Él es musulmán, su mujer cristiana, tuvieron que huir de su país porque querían matarlos” me dice. Ahora acaba de ser padre, está feliz, la gente del campamento sale de las tiendas a felicitarlo. Llega un camión cargado de comida. Un chico grita a los voluntarios: “La próxima vez traed zapatos!”. Le miro los pies, va con chancletas. Empiezan una vez más las colas y los empujones para poder comer. La policía entra con las furgonetas. Todo el mundo calla. La gente tiene miedo a que la gaseen con gas pimienta o a que se la lleven detenida. “La Jungla” está en estado policial constantemente. Si miras por encima, ves a la policía armada delante de la valla con espinas que se ha construido para que nadie pueda cruzar a la zona de camiones. Se acerca una banda de música francesa que anima el campamento con instrumentos. La alegría llega por unos instantes, pero no se queda. La gente baila y ríe, los niños salen de las tiendas corriendo. Durante un rato todo el mundo se olvida de que está en “La Jungla”. Atrapados en una ratonera sin salida. Entre la gente veo a un refugiado sirio que conocí ayer, con una cámara de fotos. Dispara sin parar. Forma parte del colectivo “Jungleye”, un proyecto que ha iniciado una fotógrafa europea con el objetivo de empoderar a las personas del campamento a través de las imágenes. En el colectivo “Jungleye” ha encontrado una distracción en este lugar para seguir adelante. Durante el día hace fotos, por las noches intenta saltar al tren para poder escapar. Me despido de él mientras camino hacia la salida. Son las cinco y ya oscurece. Me giro casi al final del campamento. El chico sirio me dice adiós con la mano, mientras me señala la cámara con una sonrisa. Me hace una foto. Me pregunto si esta noche logrará escapar en un tren. Y si es así, qué futuro le espera.
Texto y fotos: Mòni
(ENG)
Calais (France), 18th and 19th December 2015
THE SITUATION
“The Jungle”, how their inhabitants call it, is a refugee camp located in the middle of an old graveyard where 5,000 people from different countries (Ethiopia, Sudan, Iran, Iraq, Syria, Eritrea, Kurdistan and Afghanistan) try to survive in inhuman conditions. The French government has never considered this space “legal”, so large organizations have not taken responsibility of the emergency. Only “Doctors without borders” and “Doctors of the world” work in the camp from Monday to Friday from 9.00 to 5.00 pm.
The small French organization “L’aubèrge des migrants” and a group of English volunteers try to cope with the chaotic situation feeding and covering the basic needs of the people who live here. The work done by all these volunteers is admirable. The opening hours of the store to organise clothing and distribute food are long and very tiring, from 9.00 until the evening, with a short break to eat. Many of them come here for some days to help, other stay for some weeks and others have already been here for some moths.
All incoming materials are handled in the store. Many people come by with cars and vans full of clothes and food. They come from many different near and far countries. This weekend the volunteers were not able to cope with everything, there were not enough hands to arrange all received material.
Other small organisations and particulars, mainly from France and the United Kingdom, go directly to the camp and distribute food some days of the week. Managing this is difficult.
In the camp there is a majority of men and a hundred of women and kids who live in shacks, tents or caravans. “The jungle” is a muddy place where you walk on piss, vomits and all kind of garbage where the hygienic conditions are absent. There is no electricity, there are no showers and the bathrooms have not been cleaned for days.
This space is already a city with an Eritrean church, schools, shops, a library, restaurants and a centre of art.
As a colleague of mine told me once, “The Jungle is the wish of having a normal life in an impossible place”.
DAY-TO-DAY LIFE
“Bonjour”, an Afghanistan boy says to me while doing some training. It is eight in the morning and the camp is waking up. Many refugees brush their teeth, others have breakfast around a fire while they warm their hands and others shave.
As I enter, I get shocked by the amount of art pieces displayed in this space: Pictures, graffiti and pottery. I think about all those talented artists that we are losing as society, stuck in the middle of nowhere, with no opportunities.
I see a Syrian young man who is drawing on a table. In the drawing there are only trucks. For many of them trying to slip through a truck or a train has turned into a “night routine”. Many of them die when trying. And still they keep trying. He smiles at me: “One day I will be able to slip through one of them and make it to the United Kingdom”.
A group of women covered with white shawls around their head run to the Eritrean church. Today is Sunday, they go to mass. They pray in front of the blue door with a yellow cross at the entrance. They seem taken from a card, they look beautiful.
On my way I almost crash into a child riding on a bike who’s shouting another boy to give him his guitar as a present. It is Omar, an Iraqi 8-year-old boy. He smiles at me with sad eyes. With perfect English he asks me to take a picture of him. I talk to him for a while. He’s been trapped in “The Jungle” for the last two and a half months. I ask him where he wants to go with his family. He replies: “I cannot go anywhere, I have to stay here”. When we say good-bye he shakes hands: “Nice to meet you”. The world breaks down while I see him walking away among mud and dirt.
I hear laughs around me. It is the boy with the guitar, Omar’s neighbour. He came from Edinburgh to help out. He builds tables for those who need them. “It is the first time I work and I thought this was the perfect place to do it”. He coughs, he coughs a lot. “The cough of The Jungle”, he says while he smiles.
The cold weather has started to hit most of the inhabitants and the cough is constant in the camp. There are many ill people. They walk around with their mouth covered or with masks. There are not enough doctors to look after them all. Some volunteer girls take with their car a boy who almost cannot walk. They want to take him to the city centre to see if any doctor can visit him.
It is almost midday and I meet Isabelle, a French freelance photographer. She’s been coming to the camp for almost a year. She’s been following three refugees that made it to the UK. One of them is in prison for having “illegally” entered the country.
There is a boy from Iraq walking with her. He walks around with a notebook full of notes in French and in English. He is asking all the new comers how to translate words. He wants to learn in order to find a job.
Isabelle knows almost everyone who lives in the camp. She points a young man, also from Iran. “He is Muslim, his wife is Cristian. They had to run away from their country because they wanted to kill them”, she tells me. He has recently become father, he feels happy. People in the camp come out from the tents to congratulate him.
A truck full of food arrives. A young boy shouts to the volunteers: “Next time bring shoes, please”. I look at his feet, he is wearing slippers. Cues start again, screams and pushes in order to get something to eat. Police enter with their vans. Everyone stops talking. People have fear to get gazed with pepper gas or to get arrested. “The Jungle” is constantly in a police state. If you look from above, you can see the police with guns in front of the thorn fence built so that no one can cross the trucks area.
A French band is getting closer, they cheer up the camp with instruments. The joy fills the air for a moment, but it does not stay. People dance and laugh, kids go running out from the tents. For a while they all forget they are in “The Jungle”, trapped in a mouse trap with no way out.
Among the people, I see a Syrian refugee to whom I met yesterday with his. He shoots without stopping. He is part of the group “Jungleye”, a project started by a European photographer with the goal to empower people in the camp through photographs.
Within the group “Jungleye” he has found some entertainment to get through in this place. During the day he shots photos and at night he tries to jump on the train in order to break through.
I say good-by to him while I walk out of the camp. It is 5 pm and it is already getting dark. I turn around at the end of my way. The Syrian boy waves good-bye while pointing the camera with a smile on his face. He takes a photo of me.
I wonder if he will be able to escape tonight on a train. And if so what kind of future is waiting for him.
Text and photographs: Mòni