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Bajo el puente de la autopista y viviendo en unas condiciones inmundas, esperan cientos de menores y adultos el momento adecuado para poder cruzar la frontera que separa este pequeño municipio italiano de 20.000 habitantes, de Francia. Lo pueden intentar escondidos en los trenes que salen de la estación que está a escasos 300 metros, aunque la gran mayoría es interceptada poco antes de la frontera, y el pasado año, este trayecto ya se cobró varias vidas. También pueden probar atravesando las montañas cruzando por el llamado «Paso de la muerte», que como el propio nombre indica, es tremendamente peligroso. Y como tercera opción, siempre pueden pagar a las mafias, que proliferan a lo largo y ancho de las fronteras europeas, aprovechándose de personas a las que ya no les queda ni esperanza.

Y todo ésto, después de haber atravesado medio continente Africano, haber sido torturados y esclavizados en Líbia y haber cruzado el Mediterráneo en un dingui… Sí, ésta es la bienvenida que les damos en Europa.

Son pocas las personas que consiguen cruzar la frontera, pero si después de esto, son interceptadas, las devolverán de inmediato a Italia (A veces con paliza de propina) y las llevarán a Taranto, lo más lejos posible de la frontera, para ponérselo más difícil. Una práctica que se viene dando en muchos países, y cómo no, también es la Frontera Sur española. Incumpliendo una vez más todos los tratados de Derecho Internacional y Derechos Humanos.