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Campo de Presevo (Serbia), 20 y 21  de Marzo de 2016

Campo de migrantes de Presevo, Serbia. La frontera con Macedonia está a menos de veinte minutos en coche. Al llegar, y después de una semana de intercambio de mails con la responsable del campo, nos esperaban. Ningún problema para entrar. Cambiamos el pasaporte por una tarjeta identificativa. Visitor. No vaya a ser que nos confundan con una persona migrante. Refugee. El campo de Presevo se estableció a finales de julio del pasado año en unas instalaciones fabriles de producción de tabaco abandonadas. Las rehabilitó el gobierno serbio con la ayuda financiera de Noruega. Varias placas lo recuerdan. Era inicialmente un campo de registro, hot spot, donde una vez las migrantes eran fichados les dejaban seguir su periplo hasta Hungría o Croacia. Nos dejan claro que podemos fotografiar a quien queramos, menos a la policía. Un trabajador del gobierno serbio, cara amable y gran sonrisa, nos hace de guía.

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Ahora, con el reciente cierre de fronteras, las 600 personas migrantes que viven allí pueden moverse por dentro del recinto del campo de Presevo, pero solamente pueden salir acompañadas de alguna persona que trabaje con las organizaciones que operan en el campo y previo permiso; este acompañante se hace responsable de todo lo que pase fuera del campo. Por ejemplo si compra alcohol, subraya el hombre que nos acompaña, será responsabilidad del voluntario.

Grandes habitaciones con literas, todo limpio, todo perfecto. En ellas, mujeres, niñas y niños. Nos colamos en una vacía. En los espacios públicos, ocupados la gran mayoría por hombres.

De todos los campos y situaciones vistas hasta la fecha, ésta es de lejos la menos peor. Nuestro guía nos lleva hasta una pista de futbol, que queda colindante con las vías del tren. “Veis, están jugando a fútbol, están bien y contentos.” Si juegan a futbol todo bien pues, lógica aplastante. Nos explica que no hay conflicto ni entre personas migrantes, ni entre migrantes y policía, ni entre migrantes y personas autóctonas. Solamente, muy de vez en cuando, afirma, hay algunas situaciones de tensión cuando se reparte la comida. Contrasta con lo primero que nos comenta un cooperante, que precisamente cuando más tensión hay es en el momento de comer. Este más es sospechoso. Nos acaban contando que se han dado hasta peleas y heridos de arma blanca.

Una de las carpas del campo está habilitada para pasar el rato muerto (que viene a ser todo el día) con juegos de mesas y distintos entretenimientos para todas las edades, oigan! Muchos dibujos de niños y niñas, y de no tan pequeños, colgados a las lonas de la carpa que hacen de pared. Nos quedamos muy sorprendidos. Ni un dibujo que haga referencia al horror vivido. En este mismo espacio se sirve te durante toda la jornada y comida al mediodía. Uno de nuestros fotógrafos, después de charla con una voluntaria, se ofrece para sustituirla un rato. Después de haber servido tres o cuatro vasos de té, aparece el responsable de la organización y le subraya que ese no es su lugar. En otro momento, se nos acerca gente de Unicef y nos dice que no podemos hacer fotos en sus instalaciones. Sus instalaciones significan dos salas habilitadas para celebraciones, reuniones, etcétera. Si queremos hacer fotos, primero tenemos que pedirles permiso a ellos, Unicef. Luego enseñárselas, y finalmente obtener su beneplácito para publicarlas. Curiosa y constante fiscalización.

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Nuestra visita coincide con el día de la madre y con la celebración de Newroz, la fiesta nacional del Kurdistán. A flor de piel, hogueras acompañadas de la solidaridad de un pueblo incansable. Mientras, en Lesvos, empiezan a materializarse los puntos del acuerdo de la vergüenza UE – Turquía.

Cae la noche en el campo de Presevo. Prisión de marfil.

Texto: Bru Aguiló

Fotografías: Tono Carbajo, Xavi Ariza y Bru Aguiló